sábado, mayo 09, 2009

EL CONFLICTO COLOMBIANO ANTE LOS PROCESOS DE PAZ DEL MUNDO ACTUAL

De cinco modelos de paz, Colombia tiene ante sí un claro modelo para desarrollar: el de “paz por democracia”, es decir, un pacto global que permita la dejación de las armas a cambio del desarrollo de la democracia política y social. Esto incluye no sólo un ajuste maquillado de la arquitectura política institucional, sino una seria planificación económica que contribuya a reducir los actuales niveles de pobreza y exclusión social

Si observamos los procesos de paz más recientes o algunos que podrían iniciarse en un próximo futuro es posible hacer una primera catalogación de los mismos en función de lo que persiguen, dándose al menos cinco modalidades bien diferentes.

Un primer tipo de proceso sería el que está centrado en la desmovilización y reintegración de los combatientes, después de llegar a un alto el fuego, procederse a una amnistía, integrar parte de los combatientes a las Fuerzas Armadas gubernamentales y conceder algunos privilegios políticos o económicos a los líderes de los grupos desmovilizados, como en los casos del FLEC-FAC de Angola (Cabinda) y las milicias Ninjas del Congo. Aunque hay algunas concesiones políticas, éstas son mínimas. La estructura de este tipo de procesos no suele ser muy compleja, limitándose a la facilitación de un tercero y la presión de la sociedad civil.

Un segundo modelo más habitual es el que implica un reparto del poder político, económico o militar, y como puede suponerse por su naturaleza, es mucho más complejo, lento y difícil. Casos como el de Burundi, Côte d’Ivoire, Liberia, RD Congo o Somalia, con todas sus diferencias, entrarían en este bloque. El futuro reparto del poder implica luchas continuas entre los numerosos grupos que se lo quieren disputar al gobierno central (4 grupos principales en Burundi, 3 en Côte d’Ivoire, 2 en Liberia, un mínimo de 9 en la RD Congo y un mínimo de 8 en Somalia), lo que convierte estos procesos en sumamente frágiles por la contaminación de la violencia, las disidencias, los intereses económicos, las luchas por el liderazgo, etc. Aunque en la mayoría de estos casos hay una mediación centralizada, se da también una multiplicidad de actores que intentan facilitar (o complicar en ocasiones) los diálogos de paz.

En estos casos se trata de países que han de hacer una transición política, y no sólo cesar los combates, y en donde es habitual que varios grupos alcancen con cierta rapidez un acuerdo con el gobierno, mientras otros continúan alzados en armas para conseguir una mejor posición para el momento en que entren a negociar. El riesgo de esta estrategia es que algunos grupos pueden quedar completamente marginados del proceso de paz y sean luego atacados por el resto, unidos ya en un nuevo gobierno de transición o reconciliación. También observamos la marginación a que son sometidos los grupos políticos no armados, que aun teniendo más legitimidad que los armados para gobernar, acaban relegados frente al reparto de poder de quienes han usado la violencia. De ahí suele derivarse también un tratamiento condescendiente, cuando no de impunidad absoluta, para estos actores armados una vez alcanzan entre ellos un acuerdo político. Son, por tanto, procesos de paz sumamente frágiles, con problemas
para alcanzar una verdadera reconciliación e instaurar regímenes verdaderamente democráticos, por lo que existirá siempre el riesgo de que en un futuro no lejano se reanuden los enfrentamientos o crezca con fuerza el descontento popular. En todo caso, el logro de la paz no tiene nada que ver con el simple reparto del botín económico o del poder político, sino con la consecución de una justicia social y el desarrollo de un sistema democrático en el país.

El tercer modelo es el del intercambio, esto es, el logro de un acuerdo por el que se hacen concesiones de una parte y de otra. Una primera clasificación didáctica (hay más, por supuesto) es la que representaría el conflicto actual entre la RPD de Corea y Estados Unidos, que a pesar de no ser un conflicto armado, incorpora elementos de tensión militar muy importantes. Aquí, lo que se intercambia es un compromiso de no agresión de parte de Estados Unidos por un compromiso de desnuclearización de parte de Corea del Norte. Como en una balanza, ambos países suman amenazas y provocaciones, que actúan como detonantes, y que les lleva a ser exigentes para después realizar concesiones.

Una segunda variante de este modelo de intercambio sería la de “paz por democracia” como es el caso del Nepal durante el primer semestre de 2003, donde sin mediación externa la guerrilla maoísta demandó elecciones inclusivas a cambio de paz. Es de notar que dicha guerrilla ha reiterado varias veces la necesidad de una mediación de Naciones Unidas para garantizar un proceso que ahora se encuentra completamente deteriorado. En este tema, una pregunta pertinente sería la de si las guerrillas colombianas se conformarían con estar en este bloque (quizás el ELN con mediación externa y las FARC sin este tipo de facilitación), o si por el contrario además de “paz por democracia” exigirían participar en el reparto del poder político y militar y crear nuevas condiciones de redistribución del ingreso.

La tercera variante sería la ya conocida de “paz por territorios” que afectaría, por ejemplo, a Israel y Palestina. En este caso, además de la “Hoja de Ruta” impulsada desde diciembre de 2002 por el Cuarteto Diplomático, resalto aquí los compromisos que propone la “Iniciativa de Ginebra”, de finales de 2003.

Una cuarta variante del modelo de intercambio sería la de “paz por reconocimiento de derechos” y en particular el del derecho a la autodeterminación, que incluiría casos como el vasco y el irlandés. Es un modelo abierto que admite múltiples matices, dadas las diferencias de unos casos y otros. No obstante, de la misma manera que en otros apartados me he referido a las arquitecturas políticas intermedias, en estos casos lo que parece determinante serían las “arquitecturas en la toma de decisiones”, es decir, la capacidad de pactar consensos suficientes para tomar decisiones que resulten vinculantes y que permitan transformar determinados estatus políticos. En Irlanda del Norte, con todas sus deficiencias, se dio un paso importante en este sentido.

El cuarto modelo sería el basado en el establecimiento de medidas de confianza. Desde 2002, por ejemplo, India y Pakistán han puesto en marcha varias iniciativas tendentes a reducir la tensión nuclear provocada por ellos mismos. Vale decir también que el lanzamiento de medidas de confianza no basta por si solo y mucho menos si van acompañadas de “medidas generadoras de desconfianza”. En el caso de la India y Pakistán no es muy prometedor simultanear medidas de confianza con amenazas nucleares, o los intentos de mediación de algunos países que a la vez suministran armas a la India o a Pakistán, o los intentos de desmilitarizar Cachemira con el incremento de la ayuda militar por parte de Estados Unidos hacia Pakistán y de Rusia e Israel a la India. El rearme de la zona, en definitiva, puede estar bloqueando el resultado de las medidas de confianza.

El quinto modelo de procesos de paz es el basado en la búsqueda de fórmulas de autogobierno y afecta a casos como los de Filipinas, Indonesia, Sáhara Occidental, Sri Lanka, Sudán o Senegal, la mayoría de ellos con facilitación externa y que guardan cierta relación con el modelo de “paz por reconocimiento de derechos”. Los procesos con demandas territoriales, sea de independencia, autonomía o autogobierno, son siempre sumamente complicados y frágiles y en ocasiones han de superar el estigma de haber calificado como terroristas a los grupos que protagonizan estas demandas de autogobierno. En el caso filipino, y después de tres años de negociaciones, el gobierno ha ofrecido al MILF un grado de autonomía para la isla de Mindanao, en un proceso que cuenta con la facilitación de Malasia. En la región de Aceh, en Indonesia, el proceso que estaba facilitado por el Centre Henry-Dunant, de Ginebra, quedó completamente roto en mayo de 2003, medio año después de firmarse un Acuerdo Marco de Cese
de Hostilidades entre el gobierno y el GAM, grupo que aceptó la autonomía como punto de partida para la negociación, pero sin renunciar en ningún momento a sus aspiraciones de independencia.

En Sri Lanka, en marzo de 2003, el gobierno y el LTTE llegaron a un primer acuerdo para desarrollar un sistema federal basado en la autodeterminación interna en el marco de una Sri Lanka unida, y en estos momentos continúan negociando el establecimiento de una Administración Interina en la zona tamil, con competencias para el LTTE. Aunque el proceso es complejo y puede resultar contaminado de forma negativa por el fracaso de Aceh, la estructura negociadora es relativamente simple y está basada en la facilitación del gobierno noruego.

El caso del Sudán es particularmente interesante, pues el proceso de paz puede poner fin a una de las guerras más crueles de la historia, con 20 años de duración y más de millón y medio de muertos. El proceso actual se inició a mediados de 1999, cuando el gobierno sudanés y el SPLA firmaron una primera declaración de principios de la IGAD, que actúa como organización facilitadora, para celebrar un referéndum sobre la unidad o la separación en el sur del país.

Dentro de estos modelos de búsqueda de autogobierno, cada caso tiene su propia personalidad. La mayoría no están en la agenda del Consejo de Seguridad (Filipinas, Senegal, Indonesia, Sri Lanka y Sudán), siendo la excepción el caso del Sáhara Occidental, aunque a pesar de haber transcurrido más de una década desde que se decretó el alto el fuego, Naciones Unidas no ha encontrado la manera de hacer llegar un acuerdo entre Marruecos y el Frente POLISARIO.

En síntesis, pues, hay al menos cinco modelos diferentes de procesos de paz en función de los temas sustantivos a negociar. Hay casos donde la negociación es directa y casos donde se necesitan facilitaciones externas (en la mayoría de los casos), dando una variedad de posibilidades. Lo importante, en definitiva, es acertar con el modelo que conviene a un país, por su contexto, su historial conflictivo y la naturaleza y disposición de las partes.

Las características específicas de cada conflicto armado determinan, en buena medida, la naturaleza de cada proceso de paz y de los esfuerzos para abrir caminos de negociación. Ha de tenerse en cuenta que la casi totalidad de los conflictos armados actuales son intraestatales, siendo la excepción los conflictos en los que se enfrentan dos o más estados. En este sentido, el conflicto colombiano tiene una personalidad única, muy distintiva a la de otros conflictos actuales. Es más, hay muy pocos precedentes de conflictos armados en los que se solapen al menos estas diez características:

- La extensión del fenómeno paramilitar, en su dimensión económica, política, social y militar.
- La dimensión del narcotráfico y su papel como alimentador de la guerra.
- La existencia de varios grupos armados y de naturaleza tan diferenciada.
- La duración del conflicto y la tradición de entablar negociaciones con los grupos armados y de lograr incluso numerosas desmovilizaciones de los mismos.
- El dominio territorial de los grupos armados.
- La magnitud del secuestro y la degradación de la guerra.
- El potencial económico del país y su capacidad teórica para superar la pobreza.
- La riqueza cultural del país y la dinámica de su sociedad civil y de sus movimientos populares.
- La existencia de unos mínimos democráticos, pero sin capacidad suficiente para garantizar la seguridad de la población y especialmente de determinados colectivos.
- El empuje de los grupos políticos de izquierdas.

No hay tampoco muchos precedentes de grupos armados como los que hay en la Colombia actual, llenos de paradojas y contradicciones, con un ELN que parcialmente desarrolla un discurso más propio de un movimiento ecopacifista que de una guerrilla clásica; unas FARC que aspiran a la toma del poder y que al mismo tiempo mantienen una agenda perfectamente asumible desde cualquier proyecto político de corte socialdemócrata; y unas AUC que desmontan su aparato militar al tener consolidada su proyección política y social. La mayor paradoja, sin embargo, es que desde diferentes ópticas y espacios, tarde o temprano, al final todos los grupos armados tendrán que pensar en un escenario de paz que permita discutir la manera de fortalecer al Estado (entendido como tal, no como Gobierno o como expresión de un Presidente) y aumentar la eficacia del sector público para combatir los males endémicos y estructurales del país.

A pesar de las paradojas, la Colombia de 2005 podría estar viviendo un momento histórico, muy especial en cuanto a posibilidades y oportunidades, y por diversos motivos, de los que menciono sólo tres, pero bastante significativos: un contexto internacional en el que se multiplican las experiencias de negociación con grupos armados, incluidos varios que están en las listas de grupos terroristas; la maduración de las izquierdas políticas y la existencia de espacios de poder político bajo su gestión, y el principio histórico (aunque no sea una ley histórica) de que no se negocia con las izquierdas, sino con las derechas o con grupos de centro, pues la izquierda política siempre considerará que tiene la legitimidad suficiente para desarrollar los cambios sociales y estructurales con métodos exclusivamente democráticos, sin la presión ni menos la imposición de los proyectos que puedan tener los grupos armados. Dicho en otras palabras, a las izquierdas les corresponde lograr un “acuerdo
político” que ponga fin a los enfrentamientos, pero es al “establecimiento” a quien le tocaría en todo caso “negociar” los cambios de fondo con los grupos armados, en un contexto que supera a dichos grupos y se busca un “acuerdo nacional” que incluye a la izquierda democrática y no armada.

De los cinco modelos de paz señalados, desde mi punto de vista Colombia tiene ante sí un claro modelo para desarrollar, el que se refiere a “paz por democracia”, esto es, un pacto global que permita la dejación de las armas a cambio del desarrollo de la democracia política y social, que incluye no sólo un ajuste maquillado de la arquitectura política institucional, sino una seria planificación económica que permita reducir de forma acelerada los actuales niveles de pobreza y exclusión social. Las características de la sociedad colombiana no permiten, creo, plantear el modelo típico de muchos países africanos de “reparto del poder político y militar”, propio de países descolonizados hace pocas décadas y sin vivencia y cultura democrática. El proceso a construir en Colombia, por tanto, habrá de tener una naturaleza completamente política y democrática, alejado del simple reparto de prebendas y escaños que tanto ha dañado a falsos procesos de paz que hay en el mundo de hoy.

Este horizonte futuro de proceso inevitablemente habrá de estar precedido de una etapa de negociación igualmente de contenido político, en la que los temas de desarme y desmovilización aparecerán sólo al final y después de haberse obtenido plenas garantías de participación política, sin riesgo alguno a retaliaciones como las que se han visto en el pasado y con un pacto razonable y generoso en cuanto a verdad, justicia y reparación se refiere, sólo posible con estos calificativos una vez se logre poner fin de manera definitiva a todos los enfrentamientos armados. Probablemente, esta negociación que ha de abrir camino al proceso necesitará de acompañamiento internacional, tanto en su fase exploratoria como con las facilitaciones pertinentes y los posteriores mecanismos de verificación sobre lo acordado. El sistema de Naciones Unidas podría jugar un papel esencial en este acompañamiento, así como los compromisos derivados de los diferentes Países Amigos que sigan el proceso.

La paz, entendida como justicia social, como satisfacción de las necesidades básicas de la población, como democracia participativa, como desarrollo sostenible y como desmilitarización ha de ser posible lograrla en Colombia. Países con un largo historial de enfrentamientos armados han sido capaces de encontrar una salida política negociada para poner fin a dichos enfrentamientos y concertar un proceso de desarrollo democrático, económico y social. La historia así lo muestra y la tremenda riqueza de experiencias de paz que hay ahora mismo en el mundo habría de ser el espejo donde mirarse para que Colombia trille su propio camino en construir una paz verdadera que dé sentido a todos.

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